En 1963 la Feria de Málaga vivía una etapa de esplendor que ha quedado en el imaginario colectivo. Cuatro años antes se había producido un cambio revolucionario. El alcalde García Grana decidió instalar el Real en el Parque en lugar de en Martiricos. El éxito fue espectacular. La afluencia de público creció exponencialmente. Las casetas se multiplicaron mejorando sus instalaciones y su decoración. Se programaron nuevos espectáculos y la feria taurina llegó a ser una de las mejores de España. Se logró integrar perfectamente entonces lo castizo y lo cosmopolita, siempre presentes en nuestros festejos agosteños.
Los que recuerdan aquella etapa nos cuentan cómo se armonizaron entonces la dimensión turística, el tipismo de raigambre andaluza, lo espectacular, lo lúdico y lo popular.
Como se puede apreciar en la imagen hubo un especial interés por recuperar tradiciones auténticamente malagueñas, “sin pretensión de imitar ningún estilo ni dar a nuestra Feria aspecto de otros sitios”. Proliferaron en las casetas las fiestas flamencas y los bailes típicos donde las jóvenes y no tan jóvenes vestían “el traje de gitana, de malagueña, de verdiales o el mantón de Manila y los señores el típico sombrero de ala ancha”, bailándose por doquier verdiales y malagueñas.
Elías de Mateo Avilés